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Ver la versión completa : Relato literario: Inestable Armonía



howard_p_l
31/08/2013, 14:37
Hola a todos.
El motivo de este nuevo hilo es compartir, con todos aquellos que así lo quieran, el relato literario de temática motera que hace poco escribí para un concurso y que no no tuvo éxito.
Está claro que como escritor aficionado también hay que tener un mínimo nivel para la composición literaria y no cualquiera está capacitado para reunir un conjunto de palabras con sentido y un mínimo interés.

Creo que esta ocasión (la del concurso) ha despertado en mí algo que llevaba muchos años aletargado, cuando en la adolescencia, miembro de una asociación cultural que reunía a sus miembros con un mismo interés por la música, literatura, fotografía y cine, ya compuse algún que otro inocente relato.

Una cosa tengo muy clara. No por ser un ávido lector, tienes porqué ser un aceptable escritor. Esta última actividad, aunque te entregues a ella con pasión, no tiene que ser necesariamente fructífera.

En cualquier caso, para no extenderme mucho, ya que mi intención es compartir el escrito del que hablo, he de decir que la ilusión y excitación que me produjo cuando decidí sentarme a escribir de nuevo, no puedo describirla. Es muy probable que repita, no sé si en otro concurso, pero seguro que sí a nivel personal.

¿Por qué cuelgo el relato aquí si no tiene una calidad aceptable? Por que independientemente de lo crítico que pueda ser el lector (gracias por adelantado por leerlo), mi profesión de Diseñador ha marcado ciertos aspectos de mi carácter y tengo la extraña necesidad de mostrar lo que hago. Hay muchos que desarrollan una actividad por el mero hecho del disfrute que supone ponerse a ella, sin compartir con otros el desarrollo o resultado. En mi caso, dado lo que estudié y a lo que me dedico con verdadera pasión, Diseñar, he aprendido a necesitar exhibir lo que hago.

El relato que viene a continuación, de temática motera, me propuse escribirlo sin abordar los ya conocidos y compartidos sentimientos que nos produce conducir una moto, rodar con amigos, la sensación de libertad y todos esos espectos que se resumen en: “Si tengo que explicártelo, no lo entenderás.” Para este tipo de sensaciones tengo una SORPRESA preparada, que espero pueda subir en breve a este foro. :)
Mi idea era combinar dos ideas aparentemente antagónicas, enfrentarlas y volver a establecer un orden perdido. Escribirlo no de manera lineal, si no con saltos en el tiempo y cruzando las historias hasta un punto común. Está claro que ha sido demasiado pretencioso por mi parte, pero tantos años leyendo a maestros como Poe, Lovecraft, o la novela gótica de Ann Radclife, Charles Robert Maturin, Mathew Gregory Lewis y otros (Stocker, Shelley, …), no me dejó pensar con claridad y abordar el escrito con humildad y dentro de mis escasas habilidades.

Quiero agradecer a todos aquellos que lean el relato por darle una oportunidad, invitarles a cervezas virtuales y pedir disculpas a los que, al finalizar la lectura, hayan sentido que han perdido el tiempo. A éstos últimos, además de cervezas virtuales, cuando nos veamos, también de las que tienen espumita... Bueno, al resto también. ;)

Saludetes, Howard.

P.D. Gracias a quienes me han mostrado su visión, punto de vista y las carencias del relato. La sinceridad y honestidad de las personas queridas es un tesoro.

howard_p_l
31/08/2013, 14:42
INESTABLE ARMONÍA

Sentado sobre el asiento monoplaza de su poderosa máquina, bajo la mortecina luz del cruce de dos farolas, resguardado en una transversal poco concurrida de una de esas agitadas avenidas del centro, Braco aguarda para ponerse en marcha.

El ambiente es húmedo y no se ve a nadie. La noche en la gran ciudad confiere ese aspecto triste y desapacible a cualquier calle del trazado que no sean las animadas avenidas y calles del centro. La iluminación urbana, aunque de una proyección cálida, no consigue dar vida a la escena. Las sombras engullen los bordes difuminados de todo lo que hay.

De lejos nadie se atrevería a entrar en la transversal. Si la escasa iluminación no es suficiente revulsivo, la negra silueta que se percibe sobre una motocicleta de gran cilindrada no ayuda tampoco. Está parada con el motor en marcha, con el sonido sibilante de los escapes como una larga nota colgada de un tema de Pink Floyd. La luz frontal de xenón y los leds rojos traseros no hacen más que aumentar el contraste de la imagen y remarcar lo peligroso de la situación. La inmovilidad es total. No sopla aire y el ambiente se comienza a cargar del excitante aroma a combustible de alto octanaje. Con ambas manos sobre los puños y los pies bien plantados en el suelo, parece esperar una señal para engranar primera y desaparecer. Estos momentos de comunión íntima son un ritual. La compenetración es máxima. El biorritmo se adecúa a las altas revoluciones del ralentí del poderoso tetracilíndrico. La mente está totalmente en blanco y su mirada, vacía, proyectada al frente por la fina abertura que deja la visera algo levantada. No es la silueta del típico motorista. No acaba de aparcar. No acaba de arrancar. No espera a una novia para ir juntos a cenar a algún sitio. No espera a un amigo.

Está preparándose.


***

Esa misma tarde, cuando ya había oscurecido salió a las calles de su ciudad. El disfrute de la conducción urbana es superior a cualquier viaje que haya podido hacer. El incipiente invierno le ofrece cada vez más horas de asfalto. Atrás van quedando ya las cortas y calurosas noches de verano, con menos vida nocturna en las terrazas y en los bares estacionales y la gente comenzando a disfrutar de los interiores abarrotados y de atmósfera cargada y húmeda. Cada vez es más emocionante recorrer las nuevamente desoladas calles.

Volar por las calles a alta velocidad es una necesidad vital. Poner a prueba su dominio sobre la máquina, su destreza como piloto, la correcta elección de cada uno de los componentes de altas prestaciones que integran la mecánica de su montura. En determinados ambientes es de sobra comentado. Muchos le han visto entregarse con suma pericia en giros suicidas a noventa grados, dejando una avenida atestada de vehículos para cruzarse todos los carriles y desaparecer por la más estrecha bocacalle. Aún así, nadie conoce su identidad. En el dibujo del gran trazado viario de la ciudad, es más que improbable verle dos veces la misma noche. Su itinerario, lejos de ser errático, es trazado con gran precisión cada día. La elección de cada calle, avenida, travesía, paseo, túnel o puente tienen un fin concreto.

Elegir una avenida repleta de tráfico, en hora punta comercial, cuando el movimiento es máximo, no tiene otra finalidad que entrenar sus reflejos. Pilotar a alta velocidad entre los voluminosos obstáculos, apurar frenada, clavar neumático delantero y encabritar la montura levantando el trasero, es todo un estímulo. Zigzaguear constantemente, hacer un giro brusco de ciento ochenta grados en las grandes rotondas, provoca miradas de sorpresa, muchas de reprobación, y más de un exaltado comentario acompañado de malsonantes expresiones. El placer de forzar la máquina para tumbar en las peligrosas intersecciones, pasando por encima de temibles y mortales rayas blancas, levantando con fuerza y control para el próximo giro, mover constantemente la cabeza buscando con la mirada todos los puntos claves de la circulación, movimientos inesperados, transeúntes despistados, conductores indolentes a las dos ruedas, pone al límite las glándulas suprarrenales en su producción de adrenalina.

Su sangre es bombeada por un poderoso y gran corazón, en consonancia con el resto de su osamenta y morfología muscular. Un cuerpo atlético y musculado es el que impone gobierno a una máquina con unas prestaciones difíciles de imaginar. La geometría de la estructura tubular del chasis modular discurre de manera nunca vista, trabajo exclusivo de un ingeniero francés retirado de la competición. Las soldaduras y zonas reforzadas, así como los porcentajes de los componentes de la aleación de aluminio, son una herejía al concepto actual de chasis. Una apuesta arriesgada por el trabajo de un técnico, cuyas ideas y teorías estructurales le granjearon humillación pública, dando por finalizada su carrera profesional en la alta competición.

Su desprecio por las nacionales, comarcales o cualquier otro tipo de vía que permita una conducción relajada, va más allá de lo razonable. Puntualmente ha tenido que desplazarse a otras ciudades por trabajo, pero salvo esas excepciones, nunca sale de la gran ciudad. Conduce hasta el amanecer por todas las calles. Vuela por los cinturones que desahogan el tráfico en hora punta. Recorre los innumerables barrios residenciales y las barriadas más pobres de la periferia. Conoce todos los cruces, bocacalles, calles cortadas, sin salida, semáforos y cada detalle del intrincado laberinto urbano. Cada noche retiene nuevos detalles. Sobre un gran plano de la gran ciudad, con infinidad de anotaciones de su puño y letra, estudia y memoriza la nueva consecución de rectas y giros que le llevarán hasta que el sol aparezca. Busca los puntos más críticos para una conducción tensa, temeraria y sin posibilidad de distracción alguna. Registra todas las zonas en obras y los lugares habituales de control de la policía de la ciudad.

El ruido de su máquina, su misteriosa silueta y la fascinación de muchos, ha hecho que la leyenda crezca. Así ha sido como en no pocas ocasiones, algún atrevido motorista con una montura tecnológicamente muy avanzada ha sucumbido a la provocación y la tentación de poner a prueba su máquina y su destreza, lanzándose en su persecución y perdiéndolo de vista tras tres o cuatro giros. Muchas de las veces se lo han encontrado de frente realizando algún giro apurado en algún cruce de calles, permitiendo así cierta igualdad inicial que hacía que el afortunado motorista se creciera. Invariablemente todos los encuentros acaban igual, alternando entre un estupefacto perseguidor que ha perdido su objetivo o las más que habituales destellantes luces naranjas de los servicios médicos.


***

- - - Updated - - -

Las calles están tranquilas y son pocos los vehículos que se ven circular. Una vez llegada la hora del cierre de las empresas y pasado el característico ajetreo de todos volvemos a casa, el viejo polígono industrial, ahora parque logístico, es una isla de tranquilidad y quietud en medio de transitadas avenidas y calles de varios carriles. A estas horas sólo se oye, de vez en cuando, el ronco y rítmico sonido de alguna moto de gran cilindrada que atruena a su paso.

Los fines de semana se intensifica el tránsito de pesados hierros que van y vienen incesantemente hasta el amanecer. Pero un viernes como éste, con celebración incluida, la afluencia es masiva. Moteros de diferentes ciudades se han dado cita para la fiesta. El aniversario es un acto social de hermanamiento entre los diferentes MC's del país. Lejos quedaron ya los enfrentamientos dados por la efervescencia juvenil y enterrados están los malentendidos que tantos años de tensión provocaron. Esta fiesta de celebración es un buen motivo para favorecer más el acercamiento con los clubes de carácter más hosco y para reafirmar alianzas y fortalecer pactos.

Salvo individuos aislados que parece que asisten más como espectadores, todos participan de la ruidosa fiesta con gran energía. Cada vez que la puerta del club-house se abre, una cacofonía de música y voces se derrama sin control al exterior. Fuera el ambiente también es de diversión. Un gran parque móvil de verdaderas joyas sobre dos ruedas colapsa prácticamente el paso por la pequeña calle sin salida, ocupando todo el espacio público que a estas horas es dominio absoluto de los moteros. Los asistentes van y vienen. Charlan animadamente y beben grandes cantidades de cerveza.

Dentro el calor es sofocante, húmedo y cargado de todo tipo olores. El humo del tabaco persiste en una densa niebla escasamente por encima de las cabezas. Aunque la iluminación es intensa, todo parece en sombras. El número de personas en el interior rebosa el límite de lo humanamente aceptable. La visión del ocasional escenario está muy cotizada. El grupo se entrega con verdadera devoción para que la actuación sea sobresaliente.
El mejor rock para los mejores amigos.


***

Era la primera moto en propiedad. Lo habitual y razonable dadas las circunstancias en las que creció, era compartir, con un poco de suerte, con algún amigo, primo o hermano mayor. Pero ésta, esa vez, era enteramente de su propiedad. El más precioso tesoro y por el que había luchado duramente para conseguirlo. A la edad de dieciséis y con sus pocas comunes habilidades, se habían fijado en él. Era inevitable. Desde niño las primeras pandillas del barrio le empezaron a forjar el carácter y a marcar un destino. De actitud osada y poco cobarde, sin ser irreflexivo, ha sido mirado con respeto por todos, sobre todo por sus mayores.

Empezaban a ir en su busca de toda la ciudad para resolver ciertos asuntos difíciles de abordar. Cada vez se rodeaba menos de sus viejas amistades. Salía a rodar solo por la ciudad; su temeridad era muy difícil de seguir y le llevaba a los más recónditos barrios de la capital. Aún cuando, hace algunos años, salían en grupo, siempre lideraba. Entonces comenzó a ser muy frecuente regresar muy dispersos y escalonadamente.

Ya en esos primeros años el vértigo de la velocidad era una necesidad. El aprendizaje sobre la técnica, las nuevas tecnologías aplicadas a la mecánica de competición, eran el camino a la perfección, la conjunción máxima entre piloto y máquina. Un vínculo más allá de la razón. Un sentimiento íntimo y tan intenso, que el más apasionado de los poetas no habría encontrado palabras ni métrica para transmitirlo. Una perfecta sincronización de cada músculo a cada palpitar de las válvulas y carrera de los pistones.

Muy poco importaba ya el grupo. Sus nuevos contactos le hacían salir solo a destinos desconocidos para realizar las tareas que crearían la leyenda. Según progresaba en ciertos círculos, más anónimo se convertía. Su rastro comenzaba a borrarse. En la plenitud de la juventud su reputación era muy respetada por los que mueven los hilos en las sombras, aquellos que no se dejan ver y que tienen el control de todas las actividades nocturnas, mientras la respetable ciudadanía duerme.

Es curioso cómo uno mismo se engaña creyéndose ser el timonel del rumbo de su propia vida y paradójico saber que el destino es uno y está escrito. La aceptación es la mayor de las felicidades. Uno no se hace, nace. Hay un fin único, un propósito por el que hemos sido puestos en el tablero y los movimientos de la partida están ya marcados. Entender la situación y aceptarla no es fácil. Puede haber una lucha de por vida buscando un destino, un sitio, una meta. Elegir no es una opción. Eres lo que se ha querido que seas, las circunstancias lo demuestran y los hechos son inequívocos. Ésta es la base del razonamiento de Braco, su piedra angular, por la que desde la adolescencia sus pasos tenían el rumbo bien fijado. Hoy en día estos pensamientos confirman por qué es buscado para resolver escabrosos asuntos delicados de tratar, destacando por encima de muchos otros.


***

howard_p_l
31/08/2013, 14:46
Tello se desenvuelve con soltura entre la multitud. Culebrea entre la apretada concurrencia con la naturalidad que le da su delgada estructura ósea. Un saludo por aquí, un gesto de asentimiento por allá, besos para las guapas mujeres de los amigos y algún que otro improvisado y breve baile con las que parecen estar solas. Su actitud, sólo transigida por los que le conocen, provoca rechazo entre los extraños y habitualmente acaba en pelea. Es descarado y provocador, y vive al máximo las premisas de los caducos cánones del motero salvaje al margen de la ley. En los tiempos que corren y en la tierra en la que vive, es una rara avis que destaca muy por encima de la mesura impuesta por el resto de clubes. Parece estancado en unos años pletóricos que quedaron atrás hace ya tiempo. Sabiendo la situación estable en la que se encuentran los clubes, de hermanamiento y amistad, lleva siempre al límite el aguante de los que le rodean. Es amonestado continuamente por quienes le preceden en la jerarquía del club y en alguna ocasión ha conservado el chaleco por falta de mayoría en la mesa.

El concierto está en su punto álgido y las canciones, desgranadas una tras otra por los músicos, tienen a todos muy entregados. El ritmo es espectacular, imposible estar quieto. La complicidad del cantante con el público es máxima, provoca paradas ensayadas y les une a todos con los coros. Cada final de canción es como un final de concierto, dejándote extasiado y con energía para toda la noche.

Los que están más separados del escenario alternan las horas entre las conversaciones de barra y el aire de la noche, donde se congregan alrededor de tal o cual moto para comentar aspectos sobre mecánica o simplemente por trasladar la conversación de un sitio a otro sin rumbo fijo.

Mientras tanto, Tello continúa con la ingesta descontrolada de alcohol y los vulgares bailes con toda fémina que se cruza. Mientras su ánimo crece por una caótica espiral, no tarda en entrar en el siguiente estadio, en el de las exhortaciones despectivas y el encaramiento. Sus hermanos comienzan a ponerse nerviosos porque aunque saben que el resto de clubes conocen lo pieza que es Tello, viejas heridas pueden abrirse si la tensión va en aumento. Varios novatos son avisados para controlar de cerca, sin intromisión alguna, el ciclón con que amenaza convertirse esta noche. Si el asunto se sale de madre, el sargento de armas y varios de la vieja guardia, tienen instrucciones precisas para zanjar el problema de manera expeditiva e inmediata.

Como ninguno quiere problemas en esta noche de celebración, procuran evitar la confrontación, y con una fría sonrisa y un movimiento de cabeza a modo de saludo, despachan la incómoda presencia de Tello esperando que traslade su epicentro a algún otro lugar más apartado del local. Incansable en su errático deambular, alterna las visitas a la barra para demandar más bebida y el centro del público cerca del escenario, donde más difícil es entrar y donde más fácil es provocar.


***

Hace una semana, a primera hora de la noche, en un alto de su recorrido, se dirigió al pub Le Bistrot. Como cada día, el ambiente del antro era de lo más variopinto. Cualquier persona decente destacaría notablemente por encima de la abigarrada colección de clichés de tribus urbanas, representantes de oficios indecorosos e integrantes del hampa. Es el mejor sitio para pasar inadvertido. Nadie conoce a nadie, aunque noche tras noche se vean las mismas caras. Es el lugar de peregrinación al que se va al menos una vez en la noche, haciendo un hueco en los clandestinos quehaceres nocturnos.

Hace ya algún tiempo que es la única manera de establecer contacto con Braco. Años atrás decidió desaparecer y permanecer en paradero desconocido. Cada semana se deja ver alguna noche por el local. Aparca sobre la acera, delante de la iluminada entrada, con el privilegio de ser el único sobre dos ruedas que frecuenta el sitio y con la autoridad que irradia su persona. Entrar y sentarse en el extremo de la barra mirando la concurrencia es el ritual. Una bebida fría y ocasionalmente alguna visita por negocios.

Hoy le han dejado un sobre. El gris camarero que noche a noche mengua tras la barra del bar, le hace una señal para que pase al office. Una vez dentro, uno nuevo en nómina le entrega el sobre y sale. A solas, lo abre y saca una nota doblada. La retiene sin abrir en la mano observándola detenidamente. Al poco, sale de nuevo al ruidoso espacio común y se sienta en la barra, de espaldas a la concurrencia. Pide otra fría bebida y abre la nota leyendo las indicaciones. Un nombre, una fotografía, Animales MC y una cifra, es todo lo que hay que saber. En ese mismo instante mitad de la suma indicada está siendo transferida a su cuenta bancaria.


***

Aburrido ya de ser ignorado, ha hecho presa del cuello de un prospect al que usa para estabilizar su ebrio caminar y al que explica cómo eran las cosas antes; que no habían límites y se vivía intensamente. No como ahora, con tantas reglas y precauciones.

No tarda en abandonar al sumiso novato que a todo dice que sí y asiente continuamente con cierto temor en los ojos a que Tello pierda la cordialidad. Decide disfrutar de aire fresco y de la visión de buenas máquinas; la noche va a ser muy larga y no ha hecho más que empezar a divertirse.

Fuera el ambiente es más relajado y las puertas cerradas del local dejan que las conversaciones lleguen de todos los lados. Las motos aparcadas se pierden de vista más allá de la pobre iluminación de las lámparas de vapor de sodio a alta presión. Apretadas en largas filas y segregadas por clubes, lucen a ambos lados de la estrecha calle. Apenas se pueden cruzar dos motos en el reducido pasillo que queda de paso hasta el final de la calle. Si con suerte el grupo que charla animadamente se aparta. Los espacios libres son dominio absoluto de bulliciosos corros que, alrededor de alguna espectacular preparación, beben cervezas ya hace horas.

Tello ve muchas caras conocidas y se dirige erráticamente de un grupo a otro buscando más animación. En uno de ellos hay varios de sus hermanos y es recibido con grandes muestras de embriagado afecto. Alguno de los más viejos, con los que ha compartido los orígenes del club, le pasa el brazo por los hombros y le ofrece de su propia bebida a modo de bienvenida. Quieran o no, Tello es histórico entre sus hermanos. Es de los fundadores y por eso goza de una posición privilegiada a la que muchos deben respeto. Mientras, el ruido atronador de los motores que van y vienen, ahoga las conversaciones a su paso y provoca la distensión de las gruesas venas del cuello de quien tiene en ese momento la palabra.


***

Braco detiene la moto con precisión quirúrgica, apurando completamente el recorrido de la suspensión delantera sin llegar a levantar del suelo el neumático trasero. Da un par de acelerones en vacío, dejando que el silbido tecnológico de su mecánica expulsado por los escapes llene el silencio de la oscura calle. Engrana primera y avanza con una lentitud establemente imposible. Levanta ligeramente la visera del casco y vuelve a acelerar en vacío aproximándose al cruce de la bocacalle. Aunque tranquilo, toda su musculatura está en tensión, lista para ejecutar los movimientos precisos, como los componentes de una placa de circuito esperando las instrucciones para transmitirlas por el intrincado ruteado.

Desde la concurrida calle nadie repara en la sibilante silueta racing que aparece lentamente tras la esquina, avanzando por la calle principal. Nadie igualmente percibe el incremento de los lúmenes de xenón mientras gira noventa grados encarando la bocacalle. Una vez enfilado el recto callejón sin salida, se detiene y haciéndose notar con un largo acelerón que acaba en corte de encendido, reclama la atención de los que fuera se han quedado sin palabras. Incita a su involuntario público encabritando esa joya técnica que monta y no tarda en comenzar un burn-out circular que en poco tiempo, como a cámara lenta y con una película de alto contraste, sólo deja ver el potente faro delantero y una difuminada silueta, provocando una fantasmagórica imagen en medio del humo del caucho quemado.

Los atónitos espectadores no dan crédito a lo que ven pero sólo tardan un instante en pasar del asombro por lo inesperado, a una ceñuda y creciente ira por la afrenta recibida en su territorio. A cámara lenta y de manera unánime, todos los grupos dirigen sus pasos al cruce del inicio de la calle. Según avanzan, ganando celeridad, unos entran en el local para dar aviso de lo que ocurre. Mientras el pensamiento común les mueve en una misma dirección, Braco relaja el motor al ralentí y posiciona la moto lista para devorar la oscura calle principal. Nadie repara en Tello arrancando su Dyna carburada y enfilando la bocacalle hacia la salida, hasta que él mismo los aparta violentamente a su paso. En su apresurada puesta en marcha para escarmentar, en su estado no habrá límite a su furia, el atrevimiento y provocación del desconocido motorista, no ha cogido casco, chupa, ni guantes. Monta como las prisas y su espeso raciocinio por las cervezas ya bebidas, le dejan obrar. Aunque no se caracteriza por su prudencia, las premisas básicas de casco, guantes y chupa, o chaleco según la temperatura, siempre las observa. Pero esta noche, en el punto máximo de la gráfica que representa la irracionalidad en que se encuentra, esa información no pasa por el obsoleto procesador de datos que tiene por cerebro. Como respuesta animal a la llamada del instinto, arranca y se lanza por su presa.

El recorrido por el estrecho pasillo libre de la bocacalle, atestado de individuos en iracunda carrera que casi provocan su caída, hace que su avance sea impreciso y temerario. A unos metros escasos de llegar al cruce con la principal, con las revoluciones subidas y el tetracilíndrico aullando, suelta el embrague para, instantes después, ver por el retrovisor cómo el pesado hierro es escupido del giro perpendicular mientras Tello trata de hacerse con la maniobra.

Los que estaban sobre sus motos arrancan e imitan a Tello, lanzándose atropelladamente por la estrecha calle, ahora más abarrotada que hace unos instantes. Otros que avanzaban casi a la carrera ya hacia el cruce de la bocacalle, retroceden para imitar a los que empiezan a salir rugiendo en pos de ambos motoristas.

Mientras las cinco primeras motos se ponen en marcha, Braco alcanza el final de la calle principal que acaba en un giro a derechas en ángulo recto jalonado por las grandes puertas metálicas de las naves. Tello apura marchas frenéticamente hasta cortar gas, frenar y reducir tan rápido como la cerrada curva se echa sobre él. A duras penas mete la dos cilindros en uve en el giro con la goma trasera perdiendo agarre y pasando peligrosamente cerca del bordillo. La calle en la que acaba de entrar, igual de larga y recta que la principal, le muestra su objetivo a no más de doscientos metros.

No hace más que desaparecer en la curva a derechas, cuando las cinco primeras motos están a sólo unas naves de distancia y el rugido de un número impreciso de motores se oye ya de camino.

Braco repasa mentalmente el recorrido y el siguiente giro es en la rotonda a la que está llegando. Un cuarto de giro a la izquierda y de nuevo un giro a la derecha con curva de radio variable para entrar en la otra fase del parque logístico.

Tello, con los ojos desorbitados y los lacrimales desbordándose con el viento en la cara, ve cómo el perseguido es engullido por la contra peraltada rotonda y desaparece por la primera entrada.

Con el pie fuera de la estribera y la pierna estirada para estabilizar como un suicida piloto de Dirt Track, siente cómo la moto es lanzada hacia el exterior de la curva, reduce justo lo necesario en el momento que se está acabando la calzada del arcén y mete la moto en la salida correcta.

Tras salir de la curva de radio variable, Braco acomete el fuerte zigzag del antiguo trazado viario de entrada y pone rumbo a las grandes naves del Centro Logístico. La nueva recta hace que suba marchas rápidamente, difuminándose a lo lejos, en el campo visual de Tello, que tras enfilar la larga calle ve cómo gira a la izquierda al final de la misma. Esa nueva distancia entre ambos, aumentando por momentos, le enfurece aún más y hace que el sufrido motor en uve de lo máximo en cada marcha que engrana.

Cuando llega al giro, lo hace inconsciente, que tras el potente haz de luces que se proyectaban por la derecha en el cruce, viene perezosamente un tren de carretera de cinco ejes y dieciocho metros y medio que coincide con Tello en la intersección.

Para librar la enorme masa metálica de la cabina tiene que cerrarse a la izquierda mientras frena fuertemente, perdiendo toda oportunidad de acercarse a una posible trazada. Al ver que es incapaz de entrar en el giro, y con la fuerte frenada por la sorpresa del camión haciendo que la moto culee sin control, va recto hacia el bordillo mientras el subconsciente le grita desesperadamente tumbar la moto. Tras incrustar la rueda delantera en el bordillo, y mientras contramanillea para gobernar la maniobra, continúa avanzando en línea recta por la ancha acera de pulido hormigón haciendo eses con las piernas sin apoyo sacudiéndose a ambos lados a cada latigazo.




Al llegar el ruidoso grupo que iba a la zaga, la escena es de una mortal quietud. Un camión parado en el cruce con un atónito conductor inmóvil y una larga y zigzagueante marca de neumático sobre la ancha acera que llega hasta una figura metálica inmóvil, terriblemente incrustada debajo de uno de los numerosos muelles de carga.
Mientras el número de moteros aumenta en la intersección, una difuminada silueta sobre dos ruedas en la que ya nadie repara, desaparece lentamente por el final de la calle.



Nota del Autor: Los nombre y hechos relatados son ficción. Cualquier coincidencia con la realidad es pura casualidad.

Wildbud
01/09/2013, 18:05
Pues yo lo he leido de princio a fin , los saltos suelen marear un poco , pero bueno a mi me ha gustado , tu viste la ocasion de escribir algo , que hacia tiempo que tenias ganas de hacerlo, lo hiciste y punto, lo importante es que tu te has sentido satisfecho haciendolo, a pesar de que no lo hayan seleccionado quedate con eso.

steady
01/09/2013, 19:03
La semana que viene, cuando esté en casa lo leeré en el portatil o el tablet porque hacerlo aquí en el móvil puede causarme ceguera o algo peor.

howard_p_l
01/09/2013, 20:37
Gracias por leerlo W.
Lo del concurso es lo de menos. Estoy bastante satisfecho, entendiendo a qué nivel está, con el resultado. He disfrutado mucho escribiéndolo.

Lo de los saltos... Si, ya lo sé. Un poco retorcido para seguirlo... jejeje


Saludetes.

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La semana que viene, cuando esté en casa lo leeré en el portatil o el tablet porque hacerlo aquí en el móvil puede causarme ceguera o algo peor.

Tómatelo con calma Steady.
Me gustará leer tu comentario. :)