Pues eso, que el 6 de septiembre de 2004 compré –me compraron- mi burra. La historia no es muy es larga.
De siempre llevaba en el subconsciente que tener una moto era tener una Harley, algo que, sin embargo, ni me lo planteaba. Pero a mediados de los noventa, mientras aburrido hojeaba una de esas revistas que hay en los aviones y esperaba el despegue, me topé con un anuncio de Harley. No tenía nada y lo tenía todo. Lo ilustraba una foto tomada tal y como el conductor ve la carretera: el manillar y el farazo de una softail, tomando una curva, tonos dorados del atardecer, una carretera infinita en un desierto…De repente todo lo que llevaba en ese subconsciente despertó.
A partir de ese día no hubo año que no fuese al entonces único concesionario Harley que había Madrid, regentado amablemente por Guillermo Costilla, en la calle Magnolias, una zona nada glamorosa. Era un local pequeño –creo recordar que apenas cabían dos o tres motos-. Allí vi la por vez primera una Fatboy, una Evolution preciosa que me cautivó. Ya me atrajo ese modelo desde que empecé mi romería anual para recoger y guardar el catálogo de cada año; verla al natural fue definitivo.
Pero aquello era un sueño: ese sueño cedía ante otras prioridades, más el temor a un tortazo y con una familia de diez chavales,. Hasta 2004. Ese verano sí que me di un buen leñazo por hacer deporte y tuve que pasar por una operación complicada de rodilla. La víspera de la operación, tras ver al médico, mi mujer y yo dimos una vuelta y fuimos a caer por la calle Álvarez de Castro, a donde pocos años antes se había trasladado aquel primer concesionario. Seguía Guillermo Costilla.
Como es lógico entramos y mientras yo me dedicaba a ver y ver con melancolía, en especial una Fatboy negra preciosa, no me percaté de que mi mujer hablaba y habla con Guillermo, ambos sentados a una mesa. Cuando lo vi, fui extrañado y mi sorpresa fue total: estaba firmando los papeles de aquella Fatboy; quería compensarme por la operación y mis años de melancolía. Y así fue mía.
Por la maldita rehabilitación tuve que esperar aun cuatro meses para llevármela, de manera que todos los sábados iba a verla, allí, aparcada, tapada: esperándome. Y no pienso cambiarla.
Diez años disfrutando, diez años conociendo a mucha gente y desde 2010 disfrutando de vuestra compañía.
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